miércoles, 10 de noviembre de 2010

Respuesta a Daniel Luna (3): Sobre la Probabilidad Necesaria/Contingente


Respuesta a Daniel Luna (3):

 Sobre la Probabilidad Necesaria/Contingente
 
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Daniel Luna continúa precisando su posición en su último post en Vacío. Después de plantear esquemáticamente una serie de puntos de acuerdo, reitera el punto central de discrepancia, el cual cito en seguida:

“Debo decir que sí me parece que es alta la probabilidad de perder dichas libertades con un cambio a “escala global” (sea lo que ello signifique). Las grandes transformaciones han tenido mayoritariamente esos resultados. Y no me convence el hecho de que ello no “deba” ser un resultado necesario. Por eso la experiencia histórica comparada, si bien es inductiva (y falible, pero la prefiero a meras especulaciones moralistas y principistas), puede darnos algunas luces sobre qué podría pasar. De ahí viene mi escepticismo (y quizá por momentos, pesimismo). Que se tome de la siguiente manera: en tanto filósofo me siento totalmente optimista y comprometido, cuasi “militante” con el ideal y la utopía, por decirlo de algún modo. Pero en tanto politógo, o estudiante de ciencias sociales, me siento mucho más escéptico y pesimista (y hasta “pragmático” o “realista”, ambos términos en sentido amplio). Lo poco que podemos aprender de ver y comparar los procesos políticos y sociales pasados es menos que esperanzador para un tipo de cambio tan “radical” y al mismo tiempo no “atroz” que se quiera “global” y “emancipador”.
Por eso es que, si bien no estoy tan “dogmáticamente” a favor de la tercera opción, no me parece irracional derivarla de (2), pues veo a (2) de manera más “escéptica” y “pesimista” y creo que razones y/ o evidencia histórico-empírica no me falta (creo que justamente el problema es de la otra parte: son los que hacen la apuesta los que no tienen respaldo para sustentarla)”
Me parece en retrospectiva que no formulé suficientemente bien mi discrepancia a la premisa (2). Creo que ahora diría que se necesita desambiguar la premisa:

a)      Existe una alta probabilidad de perder libertades cruciales con un cambio a escala global.
b)      No hay posibilidad de que un cambio a escala global no vulnere  libertades cruciales.

Me parece que Daniel está totalmente justificado en decir que la experiencia histórica da fundamento para aceptar la premisa (2) por inferencia. De hecho, yo también lo haría.  Sin embargo el punto que quise transmitir fue en vez que no es necesario que un cambio a escala global atente contra estas libertades, lo cual es equivalente a decir que es posible pensar en un cambio a escala global cuyas modificaciones sobre la mayoría eviten los atropellos contra las libertades en cuestión. El punto es que el alto índice de probabilidad mencionado en la premisa (2) es contingente a los contenidos del programa ‘revolucionario’, tanto en sus matices conceptuales, como en la política táctica. Lo que no estaría dispuesto a aceptar es que cualquier prospecto de cambio a escala global tiene un índice de probabilidad alto de incurrir en este tipo de crimenes. Para concluir esto, se tendría que especificar exactamente qué faceta necesaria de los proyectos utópicos hace probable estos atropellos. Lo siguiente sería especificar como el prospecto que he planteado a través del pensamiento genérico de Badiou incurre en estos mismos síntomas, y dónde es que se divisan estas facetas.

Por mi parte, he argumentado que la razón por la que los proyectos utopistas han tenido esta incidencia de fracaso ha sido por cuestiones contingentes a los proyectos concretos que se han desarrollado en nuestra historia. Con respecto a cada uno, mencioné como el pensamiento de Badiou evitaba caer en los mismos problemas. Cité:

A)    El problema de identificar una política de emancipación con criterios intensionales (la raza, la clase…), a lo que Badiou responde con una ontología puramente extensional. Esto también permite que la ontología sea inmanente a la situación, y que la política sea local en tanto siempre trata de múltiples indistintos, no de cuerpos transcendentes.
B)     El problema de concentrar el movimiento revolucionario en la agencia del partido, lo cual devenía en una sutura política de los procesos genéricos (de ahí que todo proceso material sea filtrado ante la óptica de la lucha de clases). Ante esto Badiou responde con una teoría de procesos genéricos independientes, no sujetos al dominio del partido en contra de la sutura política, pero también contra la sutura poética fenomenológica, la sutura cientificista del naturalismo eliminativista, etc.
C)    El problema de confundir el proceso genérico que es concretamente militante y afirmativo,  con el simulacro obscurantista y la abolición del presente reactivo o reaccionario. Ante esto he desarrollado dos modalidades adicionales en la tipología para identificar la agencia de aparatos reactivos en momentos no revolucionarios.
D)    El problema de confundir el sujeto con el individuo: el proletariado como la agencia de concentración del proceso genérico suturado a la política es modificado por una teoría sobre la multitud de sujetos y su rareza. De allí que la noción dictatorial que organiza los cuerpos de forma militante a través de la agencia del partido sea una extensión de la sutura política. Esto se puede divisar en la secuencia que se extiende de Lenin a Mao, que se preocupa por la cuestión de cómo mantener la revolución para evitar su  disolución por parte de los reaccionarios. El sujeto político es continuo con la ontología del múltiple en tanto no admite determinaciones intensionales, (raza, religión, cultura, clase…).

La respuesta obvia es que, como Laclau indica, es imposible pensar en una política real absolutamente genérica, pues siempre toma el lugar de conflictos específicos en coyunturas sociales, políticas y culturales complejas. Pero esto es confundir los registros; la operación de procesos genéricos a nivel local es una cuestión propiamente fenomenológica, relativa al índice diferencial de objetos que aparecen en un mundo específico. De ahí que Badiou no hable de un mundo, sino de mundos distintos, en tanto se admiten distintos operadores de distribución conforme a la multitud de procesos genéricos. La cuestión de la política substractiva entonces no concierne meramente el registro ontológico del ser en tanto que ser, sino la concreta relación con la distribución objetiva en un mundo: y esto nos lleva desde el ámbito de modificaciones locales hasta el acontecimiento global. Badiou muestra en Lógicas de los Mundos como esta fenomenología puede describir a un objeto sin sujeto, es decir, sin que dependa de la constitución proto-correlacionista-idealista entre un a priori facultativo o una receptividad u intuición fenomenológica-empiricista. De allí que se evite también toda jerga de la autenticidad, de la temática de la finitud relativa a los cuerpos finitos, de la trascendencia receptiva, y de la quietud apolítica. En vez, recupera la inmanencia formal, la infinitud genérica de la verdad universal, la ontología substractiva anti-fenomenológica, y la concepción militante del sujeto.

      De esto, si se quiere decir que un prospecto que obedezca a estas modificaciones aún preservaría un índice de alta probabilidad de incurrir en los crímenes apelados necesita fundamentos adicionales. Claramente no bastaría decir que la historia es suficiente, pues la pregunta se ha convertido concretamente en qué hace que el prospecto utópico en su mayoría devenga en estos problemas, determinar si estas son cuestiones necesarias o contingentes, y si el prospecto que presento reitera estos problemas. Apelar a la historia en esta coyuntura sería  circular, y creo haber identificado maneras para pensar en un pensamiento de carácter universalista que evita los impasses de la tradición. Decir que la política ‘global’ tiene este índice porque es ‘global’ es circular; decir que lo es porque es dictatorial, violenta, y demás es cierto, pero trivial en tanto el punto es precisamente indicar como y si es posible una política de este tipo sin estos síntomas. El núcleo de mi idea es que en tanto se piense que se puede censurar al pensamiento revolucionario sin más que la apelación al pasado o al fracaso posible es inevitable recaer en el pensamiento reaccionario al que deviene Vargas Llosa, y al parecer, Daniel en este momento.

En seguida, Daniel produce un diagnóstico con el que estoy en discrepancia:

          “Daniel está en desacuerdo con (3) “De existir una probabilidad alta de perder aquello que no querríamos perder a raíz de un determinado curso de acción, este curso de acción no es preferible a opciones con menos riesgo”, mientras que a mí realmente me parece razonable, y no creo que por meros motivos “ideológicos”. Por eso derivar (4) – “En consecuencia, el cambio político a escala global u utópico no es preferible sobre el prospecto cuyos riesgos son comparablemente menores; por ejemplo la democracia parlamentaria, el progreso lento del capitalismo liberal, etc.” a un nivel político y social no me parece descabellado. Sería una visión más “moderada”, “progresiva” que una “radical”. Creo que sería el camino reformista, en lugar del camino revolucionario. Sé que la segunda expresión suena más “heroica” y la primera más “traidora”, pero no me molesta mostrar mis preocupaciones por una viabilidad para la última. De ahí que mi “miedo” con dicha opción se vea “remediado” con la cuestión, una vez más, del “mal menor”. Debo decir que no por ello mi posición busca avalar, sin más, el status quo global y nacional, ya que cuestiones y términos como “democracia liberal”, “capitalismo”, “sociedad civil”, “crisis ecológica”, “derechos humanos”, por mencionar algunos grandes temas, deben ser sometidos a una rigurosa crítica y a las reformas que sean necesarias. Ello obviamente exige más de lo que puede, y debe, dar la actividad filosófica y la actividad académica como tal.”

     El problema se vuelve aquí que mi argumentación indica que no cualquier proyecto revolucionario necesariamente tendrá este índice de probabilidad alto, modificando los puntos mencionados. Si Daniel busca decir que un proyecto que tenga tal índice alto no es favorable a una política práctica, enhorabuena. Pero de esto no sigue que cualquier prospecto revolucionario tenga transparentemente este mismo índice. De ello pienso que la premisa (4) no puede derivarse para descalificar todo proyecto revolucionario, sino sólo aquellos que tengan estas insuficiencias. Si Daniel busca decir que sin importar cuales sean las modificaciones, cualquier proyecto revolucionario pecará de tener este índice, necesita explicar exactamente que hace que esto sea así. Eso no lo ha hecho, y la apelación a la historia no basta. Por mi parte, he buscado anticipar un diagnóstico de aquellos puntos en los que considero que la política revolucionaria clásica ha fallado, y como se puede vislumbrar una superación.

En seguida, Daniel menciona una serie de puntos que muestran una leve confusión:

“Lo que sí discuto es este grado de “fundamentalidad” que tiene el concepto frente a la “política táctica”. Las revoluciones sí requieren de una élite revolucionaria y de una ideología, pero ello no es lo más determinante, a mi modesto juicio (y al juicio de Theda Skocpol, que es a quien que sigo aquí). Hay muchos factores históricos, estructurales (a nivel social y económico) y estatales (a nivel interno y externo). Por eso es que, si bien entiendo la intención de Daniel a la hora de decir lo siguiente (rigor, preocupación, seriedad), no por ella existe el matiz de “ingenuidad” de la “prédica” teórico-académica para con la política (y eso es marxista desde que el jovén Marx dijo en su introducción a la crítica de la Filosofía del derecho de Hegel que “El cerebro de esta emancipación es la filosofía y su corazón es el proletariado”)… Yo sinceramente no creo que la filosofía o la teoría, a un nivel de este tipo, tenga mucha culpa en ello. Osea, no creo que (1) hay tiempo y (2) sea real, que el académico tenga que preparar rigurosamente su despliegue conceptual para que “ahora sí” advenga la revolución.”

Aquí Daniel confunde la noción de ‘fundamento conceptual’ con la idea de que el concepto es 'lo más importante'. No he implicado esto, ya que la subordinación metodológica no implica una subordinación al nivel de importancia. Lo que si he implicado es que una acción nunca es simplemente un acto sui generis ni gratuito; existe una continuidad entre lo que hacemos y lo que pensamos. Esto no implica que cuando actuemos tengamos en mente una estructura estrictamente filosófica, o teórica. Esto tampoco implica que en todo momento la decisión en política táctica se remita a la teoría filosófica. Mi determinación de lo que es un fundamento conceptual no es circunscrito al ámbito de la filosofía: nosotros usamos conceptos en una multitud de maneras y registros. Lo que sí he implicado es que existe una continuidad entre nuestras concepciones, teorías, modos de pensar por una parte, y nuestas acciones, instituciones, y modos de vivir por otra. Estoy conciente que muchos movimientos sociales ocurren sin necesariamente tener una idea positiva estructural, es decir, sin un marco teórico como horizonte. Esto es lo que Boltanski llama Malevich en Política: protestas a nivel cero, sin un programa positivo. Por el contrario, algo como la revolución rusa requiere una concepción de lo que implica la lucha de clases, lo que implica la institución provisional de la Dictadura del Proletariado en función al partido, el devenir eventual del comunismo sin Estado como fin del proceso político, etc. Así también la Revolución Cultural como secuencia política está atada a la idea conceptual y argumento de que un cambio en política implica cambio en ideología, y que llevó a que el partido se ataque a sí mismo en su eventual desenlace. Las políticas sin noción son el nucleo de concentración material para la articulación de nuevas formas de resistencia; pero esto no desmerece ni trivializa el concepto.

Mi punto no es decir que todo parte de la filosofía, pero que la política táctica es también experimental y se articula en relación con los esquemas conceptuales que se van desarrollando en su tiempo. En consecuencia, la articulación de distintos conflictos sociales, o de luchas hegemónicas bajo un concepto de 'movimiento popular' es también una labor de construcción conceptual, y no meramente un ejercicio abstracto o 'en las nubes'. Este fue en efecto el trabajo de Marx durante  la incepción de la idea comunista en el siglo diecinueve; existían una multitud de resistencias políticas dispersas de campesinos en el campo sin una articulación general, y por otra parte un trabajo arduo conceptual y experimentación al nivel abstracto. La conjunción-negociación de ambos fue el devenir de la idea comunista del siglo XX.

Nunca quize implicar que la política táctica requiera de una conciencia explícita y total de el presupuesto o fundamento conceptual que la motiva; mi preocupación conceptual no es meramente propadeutica a la política real, sino en diálogo con los procesos genéricos de la época. Por eso estoy de acuerdo con la frase de Weber que cita Daniel: yo no pienso que la filosofía es un manual para estrategia militante, si bien es un ámbito del cual se derivan y clarifican imperativos-restricciones, pensamientos circulares, prejuicios sin fundamento, insuficiencias tácticas, implicancias no dichas, nuevos conceptos y posibilidades de organización, etc. Por ejemplo, que la política no pueda ser intensional deviene en que una política anclada en el conflicto racial o la lucha de clases simpliter, en la verdad del cuerpo transcendente (Fuhrer, democracia...), en la forma del partido y la sutura política, sean deficientes por razones tácticas y teóricas. Es decir, la filosofía y la construcción conceptual no reemplaza a la política real, pero no es independiente de ella. Por ello basta decir que no es 'tan importante' el fundamento conceptual, como dice Daniel. Eso me parece un exceso argumentativo. Es absolutamente necesario que nuestro pensamiento se desarrolle en conjunción a los experimentos políticos, científicos y artísticos de la época, y en eso estoy de acuerdo con la complejidad de la situación. En esto radica toda creación histórica, y no solamente la que se da a nivel 'global'.

Es curioso que Daniel pregunte sobre cuantos revolucionarios habrán leido El Capital; pues en todo caso el punto sería que de no haber sido muchos, nada excluye que esta sea parte de la razón por la que tergiversaron el ideal original del comunismo, o la descontinuidad entre el ideal comunista y la política práctica. No digo que este sea el caso, pero indico que no sigue de la realidad que no siempre el revolucionario esté informado por la teoría que esto deba de ser así, que sea lo mejor, o que no sea un problema. En cualquier caso, sería excesivo decir que porque la mayoría de revolucionarios no leyeron todo el Capital, entonces la teoría Marxista no fue fundamental para las secuencias políticas del Siglo XX. Otra cosa es evaluar estas mismas secuencias en relación a aquella idea abstracta. Para esto, sólo refiero a la brillante ponencia de Badiou sobre el comunismo en la página de Lacanian ink: Is the word communism forever doomed?. Allí se menciona concretamente su lectura de las secuencias del comunismo en el Siglo XX, y como el percibe nuestra situación actual en relación a ellas. Además, se precisa como es que el Marxismo tradicional entro en relación con los proyectos políticos de Lenin y Mao. El concepto no está restringido a dominar la 'gran obra', ni el devenir del concepto.   No me convencería tampoco apelar a un 'realismo' político sin más para descalificar la potencia de la Idea y la importancia del proyecto conceptual. De hecho, creo que la reforma ideológica es parte esencial del cambio político, y que esta transpira también a través del pensamiento filosófico, mas no exclusivamente. Una acción nueva o un acto subjetivo sin una Idea, honestamente, es un sinsentido. La pregunta es cual Idea? De ahí que no tenga problemas en aceptar el que existan muchas variables aparte de las estrictamente filosóficas.

      Daniel menciona entre estas historia, cultura, economía, sociedad, etc. El problema es que Daniel piensa que ennumerar estas es evidencia de un exceso a la filosofía; como si la última fuese un proceso más al costado de los otros. Pero debo decir que dar una lista general de factores como muestra del exceso de la política a los factores conceptuales es una contradicción preformativa: Daniel no puede sino aquí estarse apoyando en un argumento tácito para divisar una tipología de factores relevantes al cambio político, lo cual en sí ya implica una conceptualización general de cómo sucede el cambio político y de sus condiciones determinantes. El punto es como conceptualizar una tipología adecuada para interpretar nuestra situación, y poder crear además un pensamiento nuevo conducivo a una nueva teoría de la acción e intervención.

No creo haber dicho que la cuestión especulativa sea a priori, ya que bien he mencionado el complemento de la fenomenología local a la ontología general, y de la relativa independencia de los procesos genéricos de la época a la filosofía, e incluso de la ontología a la misma (que para Badiou no es sino matemáticas). Así también he menciona lo irreducible del objeto a un susodicho ‘sujeto especulativo’ de índole reflexivo, fenomenológico, social, o demás. La virtud de Badiou se encuentra precisamente en permitir la autonomía de procesos y factores que busca Daniel sin comprometer la generalidad fileosófica. Allí se ve anclada la preocupación central sobre el realismo-idealismo especulativo: decir que diferenciar entre concepto y su externalidad sólo se puede hacer conceptualmente no implica que la distinción sea conceptual, a modo idealista. La diferencia entre concepto y objeto es equivalente a la diferencia entre conocimiento y parte/subconjunto. La primera es una determinación nominal relativa a un determinante enciclopédico; la última es una determinación estructural relativa a la cuenta del Estado, en tanto expresa ontológicamente el bloqueo de la presentación del vacío. Esto no implica que el objeto determinado fenomenológicamente o las partes representadas ontológicamente, sean subjetivas o constituidas por una agencia humana. Con respecto a la continuidad entre ambos registros, Badiou muestra como la lógica atómica articula la fundamentación del componente atómico a un múltiple en el llamado Axioma del Materialismo.

En seguida, Daniel ataca mi analogía entre los procesos políticos y las ciencias:

 “Es cierto que la inversión en investigación científica que se quiera “revolucionaria” (para usar la expresión de Kuhn) tiene costos altísimos. Sin embargo, son costos que esperan en el largo plazo ciertos efectos y (dentro de la lógica del capital) cierta rentabilidad a futuro. Si creemos que hay derechos inviolables, etc, no podemos pues comparar que  ciertos costos revolucionarios hacen “viable” o “comprensible” determinado proyecto. Porque ahí caemos en el problema de los problemas de las revoluciones realizadas y fracasadas. Añadir que la violencia es “necesaria y ya” no creo que sea una salida menos problemática.”

Este argumento no soporta la clarificación previa, pues mi idea era simplemente que los errores del pasado no implican que debemos abandonar permanentemente la investigación y formulación. Imaginemos que buscando la cura para una enfermedad indefinida imprevistamente resultan efectos secundarios aún más nocivos que la enfermedad original. Ahora, imaginemos que podemos divisar a raiz de futuras investigaciones las razones por las cuales sucedieron estas desviaciones, así también como una posibilidad para corregirlas. La analogía con la política es transparente entonces. Decir que en este punto que hay un índice de probabilidad alto de que vuelva a emerger un imprevisto nocivo sería gratuito, así como apelar al pasado o los riesgos temibles. Se podrá decir que en el ámbito de la política las variables son mucho menos previsibles y más riesgosas que en el laboratorio de las ciencias naturales, pero ello es insuficiente. Existen numerosos argumentos contra de la biogenética, en contra del Large Haldron Collider, que anuncian un apocalipsis certero para la humanidad, de seguir por la ruta de la exploración científica. Igualmente habían quienes pensaban que el serialismo significaría la corrupción de la música. Este es el conglomerado reactivo obscurantista. Ciertamente algo de eso hay en toda la retórica Heideggereana contra la tecnología, que no escapa de un provincialismo temeroso. La pregunta sería: por qué entonces la política genérica debe obedecer al destino del desastre probable? Si podemos divisar como estos ‘derechos inviolables’ pueden preservarse, entonces el argumento tácito para descalificar el prospecto utopista en favor de la democracia seguiría siendo el histórico: estos proyectos no pueden sino tener un índice alto de probabilidad de fracasar, pese a lo que nuestras proyecciones o pensamiento nos puedan indicar. Pero esto bordea el dogmatismo; en contra de lo que pueda analizar y proponer el pensamiento uno siempre apela a que al fin y al cabo la historia nos demostrará errados. Esta 'causa anónima' funciona como el pecado original en la argumentación del reaccionario en contra de todo pensamiento revolucionario, y me temo que Daniel roza por momentos complicidad con él.


   Ya he expresado por qué las consideraciones históricas no satisfacen en base a lo dicho para censurar al pensamiento especulativo y la esperanza revolucionaria. Ciertamente no creo que deba abandonarse el capitalismo-liberalismo-democracia sin más. Pero nadie está sugiriendo eso tampoco; ni que el asunto sea  meramente cuestión de ‘ganas’ o ‘compromiso’, o ‘fidelidad’ en un sentido abstracto. No creo haber fererido nunca a los primeros dos conceptos, si bien el tercero tiene un lugar técnico en el desarrollo de Badiou que no he abordado en esta serie de posts. Existe una labor meticulosa conceptual para coordinar nuestro pensamiento global en obediencia a estos principios generales en relación a procesos políticos concretos: sujeto, objeto, cambio, relación, acontecimiento, intervención, verdad, opinión, desastre, maldad, etc. Así como uno puede señalar a un racista como sus argumentos no tienen fundamento o uno errado, uno puede mostrar también las insuficiencias de la ideología democrática como lo hacen Zizek o Badiou, y proponer alternativas que abran nuevas posibilidades al nivel de como pensamos, actuamos, y en consecuencia a como producimos. Daniel parece demasiado apresurado en pensar que la propuesta del filósofo es una cuestión especulativa en un sentido excesivamente abstracto. Lo que sí es completamente injusto es reducir la sutileza y profundidad de los análisis y planteamentos de Badiou, o cualquier otro teórico de peso en este ámbito, a platitudes etéreas que no tienen ningún soporte en la situación contemporanea.

Debo recalcar que no estoy abogando una ética de 'anime' donde ‘da lo mejor de ti!’ basta para hacer del mundo una utopía. Daniel nuevamente parece apoyarse en el fundamento histórico para decir que los proyectos de Izquierda no son realizables tout court, y que pensar lo contrario constituye el ‘opio’ de aquella visión. Me parece que ahí radica lo verdaderamente reaccionario en su argumento: no se precisa cual es exactamente el aspecto que garantiza la continuidad entre desastre y revolución más allá de la inferencia histórica contra la cual ya se ha argumentado. Por el momento, esto es lo verdaderamente especulativo y, diría yo, reaccionario, pues al menos he tratado de mostrar  como Badiou argumenta en contra de este destino oscuro de la revolución bajo propuestas positivas.

Finalmente Daniel comenta sobre mi diagnóstico sobre Bagua:

“Osea, la idea de un gobierno representativo en un país multicultural no tiene que ser necesariamente tener este proyecto hegemónico común. De hecho puede ser mucho más liberal y consistir en ser una negociación de grupos de interés diversos (algo análogo al pluralismo de Robert Dahl). Sinceramente no estoy seguro de que se tenga que desarrollar un proyecto nacional común. He presentado un poco la visión crítica de Schmitt y la posible respuesta deHabermas. Obviamente ninguna me satisface demasiado. En todo caso, el hecho de que tengamos un Estado y no tengamos una nación “a la europea” no significa que debamos emular eso, así como tampoco su representación o sistema de partidos.

Acá hubo un pequeño malentendido. No quise implicar que todo representante de la población tenga que tener 'la nación' en mente a la hora de pensar en política, y acepto la idea de negociación de intereses. En lo particular de aquellos sucesos, se podría decir que se requería un mínimo de entendimiento técnico para evaluar como las acciones del gobierno central obedecía a un interés y no a un mero robo. Pero evidentemente la capacidad de llegar a un concenso es relativa a la capacidad de los dialogantes a deliberar para llegar a intereses comunes, y en este sentido la exclusión del conocimiento sobre como operan los mecanismos economico-políticos de nuestro Estado implica una restricción grave para el diálogo entre el poder y los grupos étnicos.

Mi idea era simplemente indicar que el proyecto de una política nacional ante el prospecto del desarrollo industrial en la selva era tan foráneo a las comunidades indígenas que fue imposible coordinarlas; y que esto se debió a un problema fundamental de integración de aquellas comunidades a nuestro proceso socio-político. Es decir, que no fue una cuestión de exceso totalitario contra la democracia, sino el propio estado de nuestras instituciones centralizadas que evitaron en su deficiencia que estas comunidades puedan participar del diálogo de una manera constructiva; y en pos de la negociación de intereses de la que habla Daniel. Que los nativos opten por el secuestro de policías, el bloqueo de carreteras, entre otras medidas, es síntoma de una profunda impotencia que es correlativa a la falta de representatividad, y carencia de cultura-conocimiento. No me refiero a 'cultura democrática' necesariamente, pero ciertamente en este caso eso sería lo requerido in tandem con conocimiento técnico-legal para poder deliberar sobre los contenidos de los proyectos concretos que se formulen, y poder participar con propuestas alternas.

Creo que en esto estamos en absoluto acuerdo: es una cuestión de política concreta, y no de un facilismo abstracto de marchitas o demás. Es ante los últimos que reprochaba, no ante Vargas Llosa en este punto. Sin embargo, no me queda claro que el proceso lento y progresivo de las democracias liberales permita una eventual descentralización de sus recursos y una potenciación de sus miembros por igual. Si bien no tiene que haber un interés común, si tiene que haber una justicia común, en el sentido que la desigualdad de beneficios, recursos, capacidades y oportunidades es un problema reiterativo. Y en todo caso si la historia nos sirve de inferencia, aquí igualmente no falta materia para ser esceptico. Por eso el nucleo del argumento se encuentra en determinar los límites de la situación actual, en función al pensamiento de un futuro posible. Y en esto me parece que los análisis de Badiou-Zizek-Fisher-Boltanski-Negri-Johnson-Laruelle-Deleuze-Agamben diagnostican un serio problema con nuestra ideología democrática contemporánea y con el capitalismo liberal en su funcionamiento.

Por lo demás parecemos estar de acuerdo.